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Channel: Patrulla de salvación » pablo martín sánchez
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HACER UN MATIZ

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Estimada señora Berasategui:

Me dirijo a usted, dada su condición de directora del suplemento EL CULTURAL, porque estoy desesperada. El cuartel de la Patrulla de Salvación se ha convertido en un infierno y creo que nos podría ayudar a recuperar el ambiente de paz y concordia que aquí reinaba hace unos meses. Al grano: la sargento Margaret, nuestra jefa, tiene diagnosticado un trastorno paranoide de la personalidad con el agravante de histrionismo. Si a ello le añadimos su dipsomanía crónica, una incipiente demencia senil y la lectura compulsiva de literatura española, el cuadro clínico, como se podrá usted hacer una idea, es, cuando menos, inquietante.

Nuestra Margaret, debido a las patologías anteriormente enumeradas, ha desarrollado una alarmante tendencia a la obsesión. Durante los años que vivió en los EEUU le cogió manía a George W. Bush –llegó a hacerle vudú, fíjese-, pero ahora lo que tiene entre ceja y ceja es EL CULTURAL, la publicación semanal que usted comanda.

Todos los viernes intentamos esconder su suplemento para que Margaret no lo devore –lo lee de cabo a rabo-, pero siempre encuentra la forma de hacerse con él. Es posible que tenga un “dealer”. Sospechamos del jardinero y de la señora de la limpieza.

La lectura de EL CULTURAL genera, de forma invariable, consecuencias desastrosas. Esta mañana, sin ir más lejos, hemos encontrado un espectáculo dantesco en la sala de oficiales de nuestro cuartel: las banderas, hechas jirones, se solapaban en el suelo con las páginas arrancadas y arrugadas de EL CULTURAL. Las mesas y las sillas habían sido volteadas; las metopas y cuadros, arrancados. Una botella de ginebra vacía descansaba al pie de la pared norte de la sala. En dicha pared, ocupando el espacio dejado por cuadros y metopas, la sargento había escrito con pintura roja (aún fresca) lo siguiente:

Acaso el único matiz que conviene hacerle al libro [no es correcto utilizar “hacer un matiz” cuando se trata de criticar un libro. “Hacer una matización”, aunque traído por los pelos, podría valer] sea producto de la maniática voluntad del autor de documentarlo todo. Creo que una poda ligera la hubiera hecho aún más intensa. [Si hablaba del libro, debería haber usado el masculino: “lo hubiera hecho aún más intenso”. Salvo que se refiera a la “maniática voluntad”, pero entonces no entiendo nada.] Aunque, sin duda, no se trata de nada que vaya en detrimento de la magnitud de la novela, que es indudable. [Eso está claro, la novela tiene 614 páginas. ¿O usa Care Santos eso de “magnitud” para referirse incorrectamente a la calidad de la obra? Sigo sin entender nada.] Esa misma obsesión por el detalle, por un rigor que parece más patrimonio del historiador que del novelista, [El rigor como algo impropio del novelista: cómo te patina el subconsciente, Care, chica.] hace que el autor haya querido insertar al final del libro una nota final [Siendo al final del libro, no iba a ser una “nota inicial”, claro.] que viene a dar in extremis [“in extremis” por si no había quedado claro que estamos en el final del libro] un giro sorprendente a la trama. Sea cierto o no, esa finta es magnífica.

Hemos reconstruido –quitando los comentarios que en negrita y entre corchetes hace la sargento- el párrafo, doña Blanca, y resulta que pertenece a la reseña que, en EL CULTURAL de hoy, Care Santos (aquí) hace de El anarquista que se llamaba como yo, de Pablo Martín Sánchez (Acantilado, 2012).

¿Le suena?:

Acaso el único matiz que conviene hacerle al libro sea producto de la maniática voluntad del autor de documentarlo todo. Creo que una poda ligera la hubiera hecho aún más intensa. Aunque, sin duda, no se trata de nada que vaya en detrimento de la magnitud de la novela, que es indudable. Esa misma obsesión por el detalle, por un rigor que parece más patrimonio del historiador que del novelista, hace que el autor haya querido insertar al final del libro una nota final que viene a dar in extremis un giro sorprendente a la trama. Sea cierto o no, esa finta es magnífica.

Ya que somos incapaces de evitar que la sargento Margaret lea su suplemento, le ruego, señora Berasategui –si es usted tan amable-, que, además de pasar el corrector de ortografía de Word por los textos de la señora Santos, alguien –Nuria, usted, quién sea-  lea sus reseñas de vez en cuando antes de publicarlas. Estoy segura de que de ese modo los ataques de furia de nuestra querida Margaret se espaciarán y su ingesta de bebidas espirituosas se atenuará.

Agradeciéndole de ante mano su colaboración, suya atentamente

Daphne Salvación.

Actualización a 7 de febrero de 2013

El día 2 de febrero, hace 5 días, Care Santos publicó en La tormenta en un vaso, su blog de “crítica positiva”, esta otra (aquí) reseña de El anarquista que se llamaba como yo, de Pablo Martín Sánchez (Acantilado, 2012). En esta nueva versión ya no mete ese párrafo destacado por nosotras ni, por supuesto, escribe eso de “hacer un matiz”.



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